Violencia familiar, poder y amor.

octubre 15, 2014

Violencia familiarCuando hablamos de violencia rápidamente se nos viene a la cabeza, aquella que está relacionada con algún tipo de agresión física. Vemos claro que causar lesiones, golpear, matar, agredir, abusar sexualmente y violar, son formas de violencia. Sin embargo, puede pasarnos más desapercibida la violencia emocional (hostilidad, indiferencia, chantaje emocional, manipulación, críticas destructivas, humillaciones, gritos, insultos, descalificaciones…), ya que algunas de sus manifestaciones se toleran socialmente en mayor grado.

Una parte importante de la violencia que sufren las personas se da en las relaciones más cercanas, en donde existen vinculaciones afectivas. Entre ellas, la violencia familiar tiene especial relevancia debido a la importante relación que surge entre el poder y el afecto.

La violencia según la OMS es “el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra un@ mism@, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daño psicológico, trastornos en el desarrollo o privaciones, y atenta contra el derecho a la salud y a la vida de la población”. Por tanto, la violencia implica una vulneración de los derechos humanos de la víctima y supone siempre un daño psicológico, acompañado o no de daño físico, que debe ser evaluado y se basa en el abuso del poder en una relación.

Para ejercer violencia sobre alguien tengo que “poder” hacerlo. El poder es un concepto clave en la prevención de cualquier forma de violencia. Podemos definirlo como la capacidad para influir en la vida de otra persona, de forma positiva o negativa. Los distintos modos en los que una persona puede adquirir poder sobre otra son los siguientes:

  • A través del amor: La relación entre el amor, el poder y la volencia es clave en la prevención de cualquier forma de maltrato. Los vínculos afectivos son necesarios para el desarrollo humano, pero también conllevan riesgos. Cuando se crea intimidad con alguien con quien se comparten debilidades, secretos o miedos, se le abre el corazón y, con él la posibilidad de hacer daño. Las personas a las que nos vínculamos afectivamente pasan a ser referentes vitales y lo que hacen, dicen o piensan tiene importancia para nosotr@s, condicionando así nuestro desarrollo y bienestar.
  • A través de la autoridad: Las personas que están en posición de autoridad adquieren un poder sobre las personas que están a su cargo. Esta autoridad puede ser empleada para favorecer el desarrollo o bien para hacer daño.
  • A través de la fuerza física o la diferencia social: Es la forma de poder más básica que se puede obtener. Si se es más fuerte físicamente que otra persona es más fácil dominarla.  El abuso de poder que se genera cuando la diferencia social se convierte en desigualdad social es el otro ejemplo. Una persona con más dinero, con más información o que pertenece a un colectivo mayoritario…tiene más poder sobre personas con menos recursos socioeconómicos o que pertenecen a cualquier minoría étnica, religiosa o cultural a las que la sociedad no brinda las mismas oportunidades de desarrollo.

El afecto es la base del desarrollo psicológico, donde se sustenta el desarrollo cognitivo y social. En nuestra infancia las figuras de apego, tienen una mayor autoridad y fuerza física. La relación es de una marcada complentariedad, lo que nos hace más vulnerables a la hora de sufrir algún tipo de violencia. Esa asimetría que tienen l@s progenitor@s o cuidador@s en nuestra infancia, se va perdiendo a medida que crecemos. El mismo vínculo nos dota de capacidad para poder influir también en ell@s, de manera cada vez más consciente y significativa.

La violencia familiar puede ser de padres/madres a hij@s o viceversa, entre diferentes miembros, en la pareja...De todas las formas posibles de violencia interpersonal las más extremas, bien sea por frecuencia o por intensidad, reciben el calificativo de maltrato. La violencia daña, pero el maltrato destruye. Se puede destruir por lo que se hace (maltrato por acción), por lo que no se hace (maltrato por omisión) o por lo que se hace inadecuadamente (maltrato por negligencia). Debemos tener claro que no sólo “no violencia” es no pegar.

La familia es el primer agente de socialización y va a ser nuestro modelo a la hora de establecer vínculos sanos de apego. El vínculo de apego va a constar de varios elementos claves: 1) Es una relación emocional perdurable con una persona específica; 2) Dicha relación produce seguridad, sosiego, consuelo, agrado y placer; 3) La pérdida de esa persona, objeto de apego evoca una intensa ansiedad. El establecimiento de estos vínculos en nuestra infancia es fundamental para nuestra supervivencia, ya que generan un entorno seguro para el crecimiento, en donde tiene que haber una buena base afectiva, de comunicación, límites y tiempo de dedicación. Las malas relaciones de apego generan una serie de consecuencias que podrían ser parte de la forma de manejarse de maltratadores y/o víctimas. Aunque, siempre hay que tener en cuenta que gracias al resto del entorno familiar, escolar, social, etc…l@s menores que hayan sufrido estilos de apego inadecuados, pueden llevar a cabo un correcto desarrollo psicoafectivo.

Como padres y madres es importante reflexionar sobre nuestro tipo de apego, el estilo educativo que empleamos a la hora de educar y la violencia. Algunos comportamientos violentos están (o han estado) normalizados y aceptados socialmente, como métodos educativos: los cachetes, coscorrones, la retirada de afecto, los gritos y amenazas, el estilo comunicacional basado en la “Exigencia”, la frialdad, la hostilidad, el chantaje o la manipulación…son algunas de las formas de castigo para “controlar” el comportamiento de nuestr@s hij@s. Al emplearlos con frecuencia, no sólo estamos intentado corregir sin más, si no que transmitimos un estilo afectivo. No podemos olvidar que el amor es una forma de poder y en estas estrategias no lo estamos transmitiendo del mejor modo. Es posible que estemos cubriendo correctamente las necesidades fisiológicas de nuestra prole, pero desequilibrando sus necesidades de seguridad. Los tipos de apego que pueden generar dificultades son:

  • Ansioso-ambivalente: en este tipo de apego, la figura cuidadora no responde, o lo hace tarde, a las demandas de sus hij@s, tiene escasa disponibilidad emocional, implicación inconsistente, incoherente e impredecible. No hay conexión secuencial entre lo que hace el/la niñ@ y la respuesta del cuidador/a, de manera que no aprenderá a relacionar determinado tipo de conductas a respuestas adecuadas. Esto provoca respuestas elevadas de ansiedad en l@s niñ@, para así mantener la proximidad con la figura cuidadora hasta obtener una respuesta, evitando así la sensación de abandono y asegurandose su disponibilidad. Su estilo afectivo se verá muy limitado por la obsesión de ser amado, lo que le puede impedir el adecuado desarrollo de su competencias y habilidades. El adulto con este tipo de apego tenderá a manifestar dificultades para establecer y mantener relaciones de calidad donde fluya la confianza, intimidad y empatía. También padecen un manejo inadecuado de la rabia y la frustración, así como una tendencia a quedarse en posición de víctima y utilizar estrategias coercitivas o punitivas. En ocasiones, muestran una clara falta de responsabilidad y control, así como una exigencia constante que pueden llevarles a tener conductas impulsivas y agresivas.
  • Evitativo: lo habitual, en este tipo de apego, es que el/la cuidador/a reaccione de manera angustiosa ante el/a pequeñ@, llegando a negar el displacer que puede sentir el/la niñ@. Muestra claro rechazo, hostilidad y violencia, tomando distancia tanto física como psicológica. Esto lleva al hij@ a inhibir su conducta de apego y expresión de sus afectos, desconectándose de sus propias emociones, necesidades y propia ineptitud (obvia, niega, disfraza o falsifica sus propias emociones). Aprenden a responder como si les importaran poco sus figuras cuidadoras, ya que éstas tienden a tolerar poco la expresión de sentimentos tanto positivos como negativos. Las consecuencias de este tipo de apego van desde una baja autoestima, desconfianza, falta de empatía, pudiendo mostrarse en la adolescencia como independientes y autosuficientes, con dificultades para pedir ayuda y tolerar la cercanía afectiva, por lo que sus relaciones interpersonales son fucionales e interesadas, tienen amistades y relaciones amorosas cortas y superficiales. También pueden mostrar rasgos de conduta antisocial. Como adult@s establecerán relaciones frías y distantes, dispuestos a que nada les afecte y aparentando no tener emociones.
  • Desorganizado: este es el tipo de apego con consecuencias más graves. Las experiencias del niñ@ en sus relaciones tempranas con caóticas y dolorosas. Su viviencia más característica es la de un “miedo crónico intenso”. Las relaciones parentales en este apego son altamente incompetentes y patológicas, pudiendo ser padres y madres con experiencias severamente traumáticas y/o pérdidas no elaboradas. Este tipo de apego es el que está detrás con mayor frecuencia en la violencia física y negligencias extremas. En estas relaciones el miedo va en dos direcciones, l@s cuidadores pueden estar atemorizados por sus hij@s o bien mantienen conductas atemorizantes hacia ell@s. Las amenazas de abandono son constantes. Est@s pequñ@s tienen una representación de sí mism@s como indign@s, no queribles y de l@s demás de inadcesibles, peligros@s, abusador@s e impredecibles.

La afectividad y el aprendizaje, que intetamos transmitir a través de nuestro estilo educativo, están estrechamente relacionados y pueden convertirse en un binomio de éxito o de fracaso. La autoestima de nuestr@s hij@s es producto de esta combinación. De hecho podemos definir la autoestima como el sentimiento, la experiencia y la convinción de ser apto para la vida y sus desafíos, viviendo responsablemente la realidad y respetando los hechos, con la intención de generar un nivel de conocimiento apropiado a nuestras acciones. Pero también, desde un punto de vista social, está vinculada a la capacidad de percibirse, de conocerse/reconocerse, a las ideas, las valoraciones y calificaciones aprehendidas, y es, esta última característica,  la que resalta la importancia de que padres y madres provean de suficiente estimulación afectiva ya que de lo contrario sus hij@s se irán retrayendo y se verán incapaces de afrontar el mundo con dosis razonables de seguridad.

Debemos tener en cuenta que los sentimientos positivos sólo florecen en un ambiente donde se toleran los errores, las comunicaciones están abiertas, y las relglas son flexibles, características que definen a una familia “nutritiva” y ambas corresponden a un apego seguro y un estilo educativo democrático. En ellos no se abusa del poder que otorga el amor, ni la autoridad parental o fuerza física y se emplea la empatía, la cercanía, el respeto, la comuniciación y el afecto como reglas para relacionarse familiarmente.

 

Bibliografía:

García Alba, J. (2014). “Apego, desapego y depenencia”. En Mosaico 58, 26-37.

De Prado García, M. (2014).”Apego y Maltrato”. En Mosaico 58, 38-50.

Horno Goicoechea, P. (2013). Escuchando mis “tripas”: Programa de prevención del abuso sexual en Educación Infantil”,Boira Editorial.

 

 

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